sábado, 2 de abril de 2011

Un punto de inflexión

A Bea Rico,
pese a que tenía otra historia en mente,
no se si te gustará esta, otro día te hago una en plan guay,
esque hoy me dio por ponerme a pensar.

Cúantas veces habré escuchado la palabra madurar... Al principio la odié con todas mis ganas porque quien me lo decía pretendía que yo tomara conciencia de todo demasiado temprano en mi vida...
Y antes estaba ciega,  aquel que no ve, no sabe qué no ve. Cobré mi vista a eso de las tres de la tarde de un día de invierno, ya cercano a la primavera. Pude ver como los copos se deshacían en mis venas y comenzaban a fluír, debajo de mis pies la arena se mezclaba con el agua congelada que poco a poco, callendo, le abrazaba. A mis lados el océano, a mi espalda una isla, ¿o quizá una península? El tiempo que había transcurrido desde mi nacimiento era demasiado breve como para discernir completamente el lugar donde me encontraba. Cerré los ojos por un momento y me cercioré de que al abrirlos seguiría captando mi ignorancia anterior ya inexistente. Fue duro llegar a situarme...

Innuberables veces he tenido que respirar aquel humo volcánico que impregnaba completamente la atmosfera que me rodeaba, era todo tan oscuro e impreciso. Lloré, también reí.
La adolescencia es complicada, es complicado empezar a notar tu vista nublada porque no tienes ni pajolera idea de lo que son todas aquellas figura borrosas que nunca habías visto. La adolescencia es complicada, por primera vez sales de la celda en la que has estado durante años y te ves solo ante el mundo. Tener miedo, complejos sobre todo complejos... No saber actuar y el miedo. Por otro lado es precioso experimentar por primera vez una serie de acciones que antes veías lejanas y que no entendías.
Pienso que en la adolescencia es cuando uno se empieza a preocupar más por su aspecto, solamente es parte de nuestro instinto natural al que siempre estaremos atados... Fomenta la atracción y así la descendencia y la evolución de la especie.

Madurar... Cúantas veces odie esa palabra, cúanto la uso ahora en mis pensamientos pues pronunciarla ya no es necesario, ya nadie me habla de ello, ahora me llaman "chica": Papá, ¿por qué esa chica corre por la calle? Es lo que le entendí a una niñita que me señalaba mientras yo me apresuraba. Peque, lo hacía porque quería llegar lo antes posible a mi destino, no me apetecía más perder el tiempo andando, tenía cosas que hacer. La creciente responsabilidad que me arroya es lo que tiene.
Aún así mi padre sigue viendo en mi imperfecciones que solo se arreglan con el tiempo, como la puntualidad, soy consciente de ella al menos, papá. Creo que a veces sigue encerrado en aquel mundo en el que él empujaba mi bici para que aprendiera a andar en bici sola y sin ruedines.

Madurar...
Ahora ya se que es lo que hago aquí, se quien soy yo.